martes, octubre 04, 2005

3 Días

El Dr. Albert salió exultante de la Sala de Conferencias principal del Auditorio.

Fuera todo el mundo estaba realmente alegre. No es esta alegría que desemboca en carcajadas o en rios de champán en una habitación de hotel. Esto era algo más elevado, la sensación de haber asistido al nacimiento de una nueva forma de comprender el mundo lógico que se encerraba por debajo de las grands teorías, no ya físicas, sino matemáticas, mucho más profundo si cabe.

Y es que hay dos grandes momentos deseados por todo científico: Descubrir un nuevo concepto que revolucionará el mundo y llevará a la Humanidad a una nueva época dorada, o verlo nacer, haber estado ahí en el momento de su concepción y sentirse parte, si bien algo pasiva, del milagro de la Ciencia.

Es por eso que cuando salió al Hall, el Dr. Albert recibió efusivas felicitaciones de todos aquellos que habían oido sus palabras o incluso gente a las que se las habían contado. Y es que un descubrimiento tan inesperado siempre era bien recibido, ya que no había otro científico estudiándolo.

La celebración se alargó en la noche y la conferencia del Dr. fue el principal tema de conversación durante la cena ofrecida por la organización de las Jornadas. Muchas servilletas reprodujeron los diagramas que habían acompañado las palabras de la ponencia y muchos se lamentaron por no haberse dado cuenta antes, pues así es la mente del científico, siempre ávida de nuevos conocimientos y siempre arrepentida del tiempo mal invertido.

Y la noche dió paso al día. Y los días se sucedieron. Las Jornadas dieron paso a otros eventos y los científicos se fueron tal y como habían venido, pero todos un poco más viejos y mucho más sabios.

Así el Dr. Albert volvió a su pequeño, en comparación con otros, laboratorio. Y allí se encontró con su equipo, los que le ayudaron en su descubrimiento. No había en su equipo más profesores, tan solo una numerosa plantilla de estudiantes becados que aprovechaban la oportunidad para investigar con uno de los profesores más admirados de toda la Universidad y, en breve, del mundo científico.

Su ayudante principal era un estudiante particularmente brillante. El Dr. se había dado cuenta de su potencial y se había acercado a él. A lo largo de los meses su relación se había estrechado y ya eran comunes sus reuniones en una cafetería alrededor de unas tazas de café caliente. Sus discusiones se habían vuelto acaloradas en ocasiones pero en ningún momento distanciaron a lo que parecían dos grandes genios, el que ya lo es y el que lo será.

Sin embargo, aquel día el ayudante se sentía especialmente perturbado. A diferencia del resto de la comunidad científica, el no estaba encantado con la conferencia. Había visto nacer la teoría en aquellos cafés de otoño, la había visto evolucionar durante el invierno, entre largos abrigos, nieve y bufandas, y había visto como daba sus primeros resultados en primavera.

Con los meses él mismo había ayudado a darle forma, pero conocía también sus debilidades. No es eso lo más correcto. Deberíamos decir que más que conocerlas las intuía. Notaba que estaban en alguna parte, pero él no creía que esa teoría estuviera completa ni fuera tan sólida como el optimismo del Dr. hacía pensar.

Y no solo estaba descontento por el contenido de la conferencia. Eso era lo de menos. Lo normal en esos Congresos es hacerte el importante, exagerar tus resultados. En los congresos se mezcla la investigación con el sensacionalismo. Es por eso que respetables figuras del mundo científico pueden perder los papeles o hacer preguntas destinadas a destruir al conferenciante.

Lo realmente grave no fue la venta de humo, sino la actitud, el tono. ¿Cómo había podido llegar a decir aquella desfachatez? ¿Cómo, la figura a la que él había admirado a lo largo del último año, había podido llegar a decir "Daría todo el resto de mi vida por poder viajar 100 años en el futuro y observar durante tres días la manera en que mi teoría ha cambiado al mundo"?


Dr: ¡Oh vamos! No es para tanto. Es una simple frase.

- No es cierto. Fue simplemente el culmen de la conferencia. Pero es un fiel reflejo de la actitud.

Dr: Pensé que ya te había enseñado que en esos congresos la gente tiene que vender sus descubrimientos. Son demasiadas conferencias como para prestar igual atención a todo.

- Pero ¿y ese baño de masas? ¡Por Dios! Si parecía que estuvieras recibiendo el Nobel. Y todo por una teoría no completada.

Dr: ¡Perdona! Esa teoría es lo más grande que he hecho. Y me ocuparé de perfeccionarla durante toda mi vida. Quizás lo que pasa es que creías que tendrías un mayor protagonismo.

- ¡Eso es ridículo!

Dr: En ese caso quizás no quieras seguir trabajando aquí.

- ¡Mañana mismo tendrá aquí mi renuncia firmada!


La breve pero intensa discusión terminó cuando el estudiante cogió su chaqueta y salió por la puerta gritando su renuncia, a la vez que daba un fuerte portazo.

El laboratorio se quedó en un silencio que realmente contrastaba con respecto a la discusión que acababa de terminar. El Dr. se sentó en una banqueta y agachó la cabeza. A continuación se levantó y se fué a lavar las manos. No lo hacía por nada en especial, era un signo de nerviosismo que solía repetir a menudo durante las pruebas.

Estaba cerrando el grifo cuando la puerta se abrió. Esperando ver a su arrepentido alumno se giró y sorprendió, en ese estricto orden. Allí, donde esperaba ver a su insolente ayudante, había un hombre con una gabardina larga, de color marronuzco, aunque el Dr. no podía distinguir muy bien los colores, así que quizás fuera verde o gris.

Su aspecto, fumando un cigarrillo, con esa gabardina, mirándole desde el otro lado de la habitación, no parecía amenazador. Sin embargo, era un extraño que acababa de entrar en el laboratorio de alguien que se acababa de convertir en un hombre importante en el mundo científico.


Dr: ¿Quién es usted?

A: Está demostrado que dar rodeos acerca de nuestra identidad es del todo estúpido, así que le diré que soy un ángel.

Dr: ¿Se llama Ángel?

A: No, soy uno.

Dr: ¿Qué?

A: Un ángel, Doc. Vamos pensaba que usted sería listo.

Dr: Los ángeles no existen.

A: Vaya, pues es en menudo dilema nos deja eso.

Dr: ¿Cómo dice?

A: Es obvio que está manteniendo una conversación conmigo, y sin embargo estoy seguro de ser un ángel.

Dr: ¿Y?

A: Pues que o bien soy un ángel o bien soy una alucinación suya.

Dr: O bien está usted chiflado. Le pido que se vaya. Hay personal de seguridad muy cerca y lamentaría tener que llamarles.

A: ¡Oh! Pero yo he venido aquí a hacer realidad su deseo.

Dr: ¿Cómo dice?

A: El de dar su vida por vivir 3 días en el futuro.


Cuando un extraño entra en tu laboratorio para algo que implica dar tu vida, lo normal es que te amedrentes, por lo que la actitud defensiva del Dr. es por todos bien excusada.

El Dr. comenzó a caminar hacia la puerta rodeando una de las mesas del laboratorio, dejando tubos de ensayo, probetas y otros aparatos entre su misterioso ángel y él.


Dr: ¿Así que ha venido a llevarme al futuro?

A: Sí. Al fin y al cabo no es usted el primero que lo hace y ya hemos satisfecho la curiosidad de grandes genios antes.

Dr: ¿Ah sí? ¿Ha tenido clientes famosos? ¿Einstein? ¿Newton?

A: ¡Oh no! Esos son demasiado famosos. Al fin y al cabo, a esos hombres no les importaba tanto la meta como el camino. Preferían vivir en su tiempo.

Dr: Ahm.

A: Sí. La última mente brillante que yo atendí fue un paleontólogo de finales del siglo XIX. Quiso comprobar su teoría de que los grandes esqueletos que se iban encontrando eran animales que habían vivido en la tierra hacía millones de años, en contra de lo que muchos pensaban.

Dr: Vaya.

A: Sí. Cuando viajó al futuro y se dió cuenta de que todo lo que había imaginado era poco... Perdona, pero es que me emociono con estas cosas.



El Dr. Se quedó quieto, como petrificado. Sabía que las posibilidades eran ínfimas, pero aquel hombre decía que su sueño se podía hacer realidad. Puede parecer mentira que un hombre tan sabio y adulto como el Dr. se deje enredar por un timador tan evidente y poco profesional.

Sin embargo, hemos de decir que el Dr. se sentía realmente agobiado por el problema al que él empezaba a dar solución y era consciente de que su vida productiva se acababa, así que su gran sueño era el de comprobar cual era el final de todo aquello. Por eso aquellas palabras en la conferencia. Y por eso su actitud receptiva hacia este tipo ahora.


Dr: ¿Y cómo le voy a creer?

A: ¿Para qué quiere creerme?

Dr: No le pienso dar mi vida a usted sin alguna prueba antes.

A: ¡Ah claro! No es así como funciona.

Dr: ¿No?

A: No. Usted simplemente tómese esta pregunta como si fuera realizada por un ser superior y todopoderoso, que además tiene buen estilo vistiendo.

Dr: Eso haré.

A: ¿Desea usted viajar 100 años adelante y ver las implicaciones de su teoría en el mundo del mañana durante 3 simples días?

Dr: Sí.