El pequeño animal hurgaba afanosamente entre los huevos del pequeño pájaro.
Para no aburrir ni distraer al lector, pues no es el objetivo de este texto dar una lección de biología ni etología, diremos que se tratan de un pequeño mamífero, ágil y rapaz que gusta de entrometerse en nidos ajenos, y un pequeño pájaro, trabajador y sacrificado que, por su dedicación, había dejado sus huevos a merced de su terrible depredador.
Volviendo el pájaro de sus quehaceres halló su nido profanado y al ejecutor aún ocupado con una de sus presas.
Tal sentimiento de ira, venido de una zona del cerebro que pertenecía a otra época donde las plumas no dominaban su cuerpo, poseyó al pájaro que la pelea con su enemigo fue ciega y terrible.
Hubo zarpazos y picotazos, pero la peor parte la llevaron aquellos que nunca más serán futuros polluelos. Tras un desafortunado envite la gravedad hizo su simple y eficiente trabajo y todo e nido se estrelló contra el suelo.
El pequeño mamífero huyó como pudo de los merecidos ataques del pájaro que, de haber podido, habría llorado ciego de rabia mientras picoteaba sin estrategia alguna a su natural enemigo.
Tras sus frustradas lágrimas el pájaro contempló su nido en el suelo y su descendencia truncada. Miró al pájaro y deseó gritar Un potente graznido salió de su pico que hizo estremecerse al mamífero y voló.
Voló persiguiendo al mamífero, y lo hizo a una velocidad que no habría alcanzado de haber tenido que alimentar o cuidar a aquellos cuya muerte le daba energías, pues no era amor (si es que un simple pájaro tiene la dicha de sentir ese sentimiento) lo que movía sus alas sino venganza.
Podría imaginar el lector que el mamífero pudo confundirse entre la maleza. Quiso sin embargo que la aguzada vista del pájaro le permitiera observar los sinuosos caminos que su asustada presa recorría y los arbustos que en su huida molestaba. Así le persiguió hasta la madriguera que servía de escondrijo al mamífero.
Podría pensarse que, una vez escondido el culpable, el pájaro emprendió retirada y comenzó la reconstrucción de su violado hogar o la mudanza a uno nuevo, en caso de ser el sentimiento de pérdida demasiado insoportable para el pájaro. Sin embargo, no hay voluntad más férrea que la de aquel que ejecuta una venganza sabiéndose adalid de la justicia.
Puede razonar el lector que las madrigueras nunca tienen una sola salida. Es esto cierto en muchas madrigueras, ero quizás no en ésta, pues tras un tiempo el cazador sale en busca de nuevas presas, momento en que el pájaro ejecuta varios ataques que hieren de muerte a su enemigo, hasta que la naturaleza se hace cargo del malhechor y un animal se encarga de sus restos.
Se puede esperar que una vez consumada su venganza el pájaro justiciero se retire. Sin embargo, la venganza exige que la descendencia del pequeño mamífero pague como la inocente prole del pájaro y todos aquellos pájaros alguna vez muertos en el hocico de pequeños mamíferos y todos aquellos pájaros que nunca podrían descender de aquellos que ni siquiera llegaron a vivir. El mamífero había extinguido a los pájaros, podría decirse, y el pájaro iba a extinguir al mamífero.
Puede objetar el lector que el hambre debía hacer presa del pájaro, obligándole a abandonar su empresa. La Naturaleza, sin embargo, es prodiga en sus frutos y, como si quisiera justificarse y compensar la terrible pérdida, quiso ofrecer al pájaro todas las comodidades que pudo.
Puede concluir pues el lector que el pájaro pudo ejecutar su venganza cuanto quiso, cumpliendo su papel de juez y verdugo en el sistema de justicia de la naturaleza. No se equivocará el lector ni un ápice, siempre y cuando no se alegre por él ni envidie su suerte y habilidad para lograr sus fines.
Se equivoca, digo, pues no tiene suerte un verdugo por serlo, ya que al consagrar su vida para ejecutar venganzas la pierde para realizar otros actos y, si bien el verdadero muerto es el criminal ejecutado, muchas posibles vidas del verdugo perecen en cuanto baja el hacha. De este modo, tanto el ajusticiado como el ajusticiador reciben penitencia.
Quizás si el pequeño pájaro no hubiera sido poseído por el espíritu de la venganza. Si no hubiera buscado muerte, aun con el más justificado de los fines. Si el pájaro, decía, no hubiera tomado aquella decisión quizás habría podido escuchar los débiles quejidos de uno de aquellos polluelos, nacido antes de tiempo sin saberlo el pájaro.
Polluelo al que el pájaro dejó agonizando en el suelo y al que dejó morir sin dar ayuda.