El Barón había sido tiempo atrás un Caballero. Esta es la triste historia de un hombre que muere por culpa de defender sus ideales. ¿Y qué es mejor? ¿Morir defendiéndolos? ¿O vivir enseñándolos a otros?
Como ya se ha dicho, el Barón logró construir su ciudad, el reflejo de sus ideales y sueños, de la manera más perfecta que puede hacerlo todo hombre, fiel a si mismo.
Pero, como a todo Caballero, le tocó enfrentarse a esa fígura que se opone a todos y toma mil formas. A su manera venció. Su ciudad no fue destruida, sus sueños siguieron intactos, pero muy pronto su ciudad se vió rodeado de fuerzas enemigas. A su manera perdió.
Fue aquí la primera vez que el joven Caballero, aún no Barón, tomó su primera decisión. La Bifurcación estaba delante suyo y solo debía elegir entre morir con sus sueños, o ver como éstos se derrumbaban mientras él se sentaba en el cómodo asiento de la Cobardía.
Mientras su corazón lloraba, decidió elegir lo segundo.
Los hombres buscaban al Caballero con su mirada. Los cuernos sonaban cada vez más cerca. Era evidente que un ejercito se aproximaba desde las montañas.
La falta de la figura que les inspiraba fé en la lucha hacía a los hombres temblar y solo los más cercanos amigos del caballero tenían el ánimo suficiente como para luchar por sus sueños, incluso aunque él no estuviera, pues eso hacen los amigos, y más en estas situaciones.
Así pues, reagruparon a los soldados más valientes y se prepararon para morir por sus propios sueños.
Los cobardes tienden a justificar sus acciones cobardes convirtiéndolas en algo completamente distinto.
No es extraño, pues, que un acto de cobardía se convierta en un acto de prudencia, de estrategia, o incluso de velada irreverencia.
El caso del Barón, no más Caballero, no es diferente. Su recién título, la destrucción de sus sueños, le llevó a planear una traición desde dentro. Estaba seguro de poder usar los poderes de la figura contra ella misma.
Lamentablemente, con el paso de los meses y los años, esa traición se hacía cada vez más difícil. La comodidad de la cobardía y el riesgo le hacían echarse para atrás con cualquier excusa.
Ahora se había convertido en la herramienta de aquello contra lo que trataba de luchar.
El ejercito del Barón se dejó ver. En lo alto de las colinas observaban a sus presas, arrinconadas en el valle.
Entre los hombres que formaban el ejercito del Barón no se encontraban tan solo aquellos hombres que siempre le habían sido fieles, también estaban los hombres que tan solo obedecían al enémigo del Caballero.
Los hombres del Barón esperaban sus órdenes expectantes. Habían visto como su Señor pasaba de ser el Caballero al que todos apoyaban a ser la marioneta en que se había convertido. Pero su fé les hacía creer que su Señor nunca traicionaría los sueños que una vez todos vieron morir.
Ahora el barón observaba apenado al Caballero y su Ciudad.
Este Caballero no solo estaba en la misma bifurcación que él mismo había caminado tiempo atrás, sino que parecía haber decidido el otro camino.
tan seguro parecía estar de su victoría que partió al combate dejando la mayor parte de sus hombres defendiendo sus sueños, sabiendo que le esperaba su fin.
Durante meses, desde que había sabido los verdaderos planes a ejecutar, no había podido dormir tranquilo. Aquellos que le conocían aseguraban que parecía que alguien le hubiera robado el alma. nada quedaba ya del jovial Barón, que había dado paso a un abatido, triste y mentalmente anciano Barón.
¿Porqué el Caballero se resistía? ¿No estaba claro que el Conde obtendría la victoria al igual que lo había hecho años atrás con él mismo? ¿No estaba claro cual era la decisión racional e inteligente?
En sus sueños se veía a si mismo en su misma posición, luchando desesperadamente, pero con fé. Es por eso que no lograba descansar. ¿Y si...?
Las tropas del barón se quedaron quietas mientras los cuernos reumbaron una vez más y los enemigos de sus sueños se lanzaban contra los pocos spervivientes del Valle. La lucha sería corta. Sin el Caballero de su lado, tan solo la fé de sus amigos se interponía en el camino de la lógica.
El Barón bajó la cabeza. No pensaba intervenir en una carnicería cuyo resultado ya era conocido.
Por eso los gritos de júbilo que venían del Valle le pillaron de improviso. Cuando levantó la cabeza vió un punto saliendo de unos bosques lejanos, su filo brilló a la luz del sol y los enemigos retrodecían a su paso.
El Caballero lo había logrado. El camino que él no pudo tomar tenía un destino real. La decisión fue instantánea. Los cuernos de su ejército volvieron a sonar, los caballos galoparon, por fin abandonaría su cómodo asiento de cobardía. Sus sueños estaban muertos, pero defendería con su vida los Sueños del Caballero.
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